Textos

Rastro de la fama

Luis Sánchez Moliní



  • Para el entrevistador el bar Sancho, en Fernando IV, es territorio conocido. Pura antropología de Los Remedios, una rebujina de tipos diversos que recuerdan aquella canción de Jacques Brel versionada por Loquillo: “Están desesperados, pero con elegancia”. En la barra espera David López Panea (Sevilla –aunque Fuente de Cantos–, 1973), birra en mano y dispuesto a perorar de lo que haga falta. Este pintor, historiador del Arte y agitador cultural, lleva la ciudad en la cabeza, la cual cubre una buena mata de pelo cano que le da un aire a Marco Aurelio. Nada escapa a su raciocinio: Chiquetete, el Renacimiento hispalense, las fotos polaroid, Zurbarán... Digamos que es un enciclopedista de la Sevilla sin filtros, como demuestra en su último proyecto, ‘Crucibulum Hispalense’, una colección de 150 obras de pequeño formato en las que aparece retratada esa ciudad poliédrica, como bola de discoteca, que refleja millones de imágenes, desde el horterismo neofolclórico hasta el más fino Renacimiento de Triana. Pero, sobre todo, más allá de lo urbano, David López Panea, que fue Premio Focus en 2004, es un paisajista extremo, género al que se acerca con una mezcla de espíritu chamánico y pasión excursionista. Sus cuadros de Almería, de los Alcores o del Charco de los Perros son, sencillamente, impresionantes. Lo pueden ver en su web: www.davidlopezpanea.com


    –Disculpe que empiece con un prejuicio. Estamos en su estudio de Los Remedios, barrio en el que también vive. Según el tópico más bobo y menos informado, un pintor modernazo como usted no debería estar aquí.
    –Eso es muy relativo. Los Remedios es un lugar muy propicio al arte contemporáneo. De aquí son o han sido, Anna Johnsson, Federico Guzmán, Alonso y Victoria Gil, Ricardo Cadenas, Jesús Palomino… Gentes de primera línea que han expuesto en las mejores galerías.
    –Estamos en el Salón Crisol, que comparte con Paca Antúnez, pero observo que su oficina para asuntos ordinarios la tiene enfrente, en el bar Sancho, un clásico del cerveceo de Los Remedios.
    –Por supuesto. Mi antiguo estudio de la calle Pedro del Toro, detrás del Museo, estaba en el mismo edificio que Casa Salva, un lugar legendario del artisteo sevillano, sobre todo para los músicos (Kiko Veneno, Martirio…). Me hice íntimo amigo de Salva y, cuando falleció, aquello no volvió a ser lo mismo. Decidí buscarme otro sitio donde, además de trabajar, pudiésemos hacer exposiciones. El hecho de que el local estuviese muy cerca de mi casa y del Sancho también pesó bastante.
    –Hay mucha modernidad en Los Remedios. Por ejemplo, el Parque de los Príncipes, su diseño fue muy innovador en su momento. –Se inauguró el año que nací, en 1973. Una vez llevé de paseo por el barrio a mi amigo Jack Neilson, el dueño de la Neilson Gallery de Grazalema, y estaba alucinado. Hay muchos tesoritos: las viviendas unifamiliares de Virgen del Valle, las rejerías de Asunción, las porterías de los edificios –muchas de ellas diseñadas por artistas prestigiosos-… También hay muy buena arquitectura.
    –Le diré cuando pensé que esta entrevista era posible: el día que le vi defender sin complejos a los Cantores de Hispalis.
    –Mi madre era la moderna de mi pueblo, Fuente de Cantos, y compraba todas las cintas de casetes que llegaban al mercadillo de los sábados. Entre ellas la de El autobús de la primavera, de 1985, esa que salen los Cantores rodeados de chiquillos delante de un Tussam naranja. Me sé todas las canciones de memoria. Son sevillanas pop y polinganeras, con letras abiertas y alegres, muy lejos de esa Feria sentida y cerrada de las casetas de familia.
    –El proyecto en el que trabaja actualmente trata, precisamente, de ese gran retablo de tópicos e iconos que es Sevilla, donde se mezclan Cernuda y Silvio, la Pantoja y la Macarena, el Sevilla FC y El Tremendo.... y así hasta el infinito.
    –Aunque el origen está en un libro que Pedro Tabernero me encargó con dibujitos de Sevilla, empecé el proyecto gracias a las ayudas que la Junta concedió a artistas por el covid. Desde hacía años, inspirado por el cartel de las Fiestas de Primavera de Juan Lacomba de 1994 –una foto con muchos emblemas sevillanos: Sor Ángela, El Pali, el Plan de Urbanismo del 92, el Sevilla y el Betis…– yo iba apuntando en un cuaderno todos los términos que se me iban ocurriendo y que tenían que ver con la ciudad. Llegué a reunir 400, aunque al final he convertido en obra sólo 150. El tema es inagotable.
    –Sevilla es un gran surtidor de imágenes.
    –Y un laberinto, un sitio lleno de recovecos, fundamental en el desarrollo de España y Europa. Es una referencia.
    –Me imagino que no podría elegir una sola imagen.
    –Sería incapaz… Quizás los azulejos del Alcázar de la reforma de Carlos V, con las Columnas de Hércules y el Plus Ultra. Esa remodelación definió el Alcázar prácticamente como hoy lo conocemos, exceptuando algunas pequeñas intervenciones de la época de los Borbones. Es un momentazo lleno de alegría... Esa cerámica de Triana con amarillos, azules, naranjas…
    –El siempre olvidado renacimiento sevillano.
    –Cuando estaba en la facultad, Teodoro Falcón nos preguntó qué conocíamos del arte renacentista en Sevilla. Ninguno supimos qué decir, porque a Sevilla siempre la vinculamos con el barroco. Sin embargo, el verdadero fundamento artístico de Sevilla, aparte de la muy potente época almohade, es el renacimiento: el altar mayor y el acabado de la Catedral, la Casa de la Moneda, los azulejos de Santa Paula… Fue un gran instante de lujo y modernidad para Sevilla, aunque luego el barroco se encargó de recrecerlo.
    –Lo que es impresionante de Sevilla es su capacidad de reinterpretar y renovar la tradición. Ahí está la Semana Santa, en continuo cambio, aunque la gente cree que es inmovilista.
    –Bueno, es cierto que en los años veinte y treinta, con Rodríguez Ojeda, hay una reinvención de la Semana Santa. Pero después no ha habido tantos cambios en los modelos. Sólo una excepción: Juan Miguel Sánchez y su palio neobizantino de la Virgen de Los Negritos, que es una maravilla. Ahora no hay renovación, lo cual denota una falta de confianza en nosotros mismos, porque capacidad hay. Aunque hay excepciones, como Juan Lacomba, que hizo la canastilla nueva de El Silencio de Carmona. Un ejemplo de esa difícil relación con la modernidad artística fue el Cristo que hizo Joaquín Bilbao para las Cigarreras, al que llaman El Gigante, que se inspiraba en la escultura de Rodin. Lo tuvieron que retirar porque no gustaba.
    –Juan Miguel Sánchez, que hizo mucha decoración de interiores, ha sido una de las grandes víctimas de las remodelaciones de los edificios, algunas realizadas sin la más mínima sensibilidad.
    –Como en el caso del bar Laredo. Fue para cortarle las manos al que firmó el permiso de la obra. Dicen que el Juan Miguel que aparece en la copla Triniá (Al museo de Sevilla iba a diario Juan Miguel/ a copiar las maravillas de Murillo y Rafael…) es él.
    –¿Y el CAAC? Algunos se quejan de que no atiende a los artistas sevillanos. ¿Cuál es su opinión?
    –Es un asunto complicado. El presupuesto con el que cuenta el CAAC es históricamente una birria. José Lebreros, que es el director que yo más traté, siempre se quejaba de los encaje de bolillos que tenía que hacer para que le cuadrasen las cuentas. De hecho, casi todo el dinero del que dispone se lo lleva la conservación de los jardines. Hay que reconocer que el nuevo director, Juan Antonio Álvarez Reyes, cuyo perfil era muy de la performance y las artes visuales, ha ido incorporando a los contenidos del CAAC mucho arte plástico para atender a la demanda de la ciudad. Ha hecho muchas concesiones y ahí están las exposiciones de Carmen Laffón, Gordillo, Teresa Duclós, de jóvenes artistas… Me consta que hace lo que puede y me costaría mucho criticar su trabajo, aunque no soy yo precisamente un beneficiado por su criterio.
    –Cada vez se compra menos arte.
    –La situación está muy mal. Después del 92, época en la que hubo mucho dinero líquido y casi todo el mundo tenía alguna obra en su casa –entre otras cosas porque daba prestigio– todo se ha ido desgastando. Hoy, cuando vas a casa de gente de las nuevas generaciones con cierto poderío económico, no ves buen arte. No tienen mucho interés. Tampoco se ha promocionado mucho. Yo siempre pongo el ejemplo de la Fórmula 1. Antes nadie la veía, porque es un completo coñazo. Sin embargo, cuando Tele Cinco se dedicó a promocionarla intensamente toda España terminó tragando. Lo mismo se podría hacer con el arte. El arte es divertido, cachondo, y tiene muchos intríngulis. Se podrían hacer hasta series de televisión. Pero no hay interés institucional. Lo cierto es que la gente que entiende que viene de fuera se queda flipada con la calidad artística que hay en Sevilla. Aquí hay muchísimo nivel y es una cosa contrastable, no me lo invento. Con el arte andaluz se podría hacer como con el turismo, difundirlo por todo el mundo con la asistencia a las principales ferias internacionales.
    –Ahora hay una cierta polémica con el mural de grafiti que hay en la Estación de Autobuses de Plaza de Armas, que podría estar amenazado por unas obras de remodelación.
    –En general, el grafiti me parece un arte frívolo, vacío de contenido. Los que se hicieron enormes en el Polígono de San Pablo no me dicen nada, prefiero el indio de Kansas City, que es más interesante. Es un arte muy pendiente del presente, muy transitorio e inmediato, que no cuenta cosas trascendentes e importantes. Nunca le he visto el sentido al mural de Plaza de Armas, que además está situado en una de las entradas principales de la ciudad. Eso de entrar en Sevilla y encontrarte con una cara enorme de un niño…. No lo entiendo. No me emociona ni le encuentro sentido. Si vas a colocar algo tan grande en un lugar tan significativo tienes que consensuarlo, exigir que tenga un programa iconográfico y un cierto valor de trascendencia. Aquello es un puto capricho. Lo mismo le puedo decir de la torre Pelli, que es una autocopia.
    –Y mientras tanto, la ciudad se va llenando de pequeñas esculturas, los llamados llaveritos.
    –Argggg, no me hable de eso, no puedo.
    –¿Cuál es su favorita?
    -Me imagino que me lo pregunta con ironía...
    –Bingo.
    –La de Aníbal González es un disparate, está fuera de escala y el sitio no es desde luego el más adecuado. Si él la viese se echaría las manos a la cabeza. Los toreros que rodean la Maestranza, o el homenaje a la Generación del 27, una mujer en pelotas leyendo un libro, tampoco están mal…
    –Lo curioso es que en los sesenta y setenta se hacía un arte público mucho más moderno y de mayor calidad que el actual.
    –Nada más que hay que ver el monumento a Elcano o las esculturas de Alférez Provisional, que antes estuvieron en Plaza de Cuba, ya que hablamos de Los Remedios. Ambas son de Antonio Cano, el mismo que hizo la tumba de Alfonso X de la Capilla Real, en la Catedral. También está muy bien el monumento a Belmonte del Altozano, de Venancio Blanco.
    –Ya puestos, a mí me gusta la de Mozart de Rolando Campos, la que está junto al Maestranza.
    –Es una buena escultura, con la escala adecuada. Está bien ubicada y se le coge cariño. No hay ningún problema porque las esculturas sean realistas. Algunas están muy bien, como la de Mairena en los jardines de Montesinos o la de Caracol en la Alameda... –
    Estamos hablando mucho de la ciudad, pero usted es un pintor de campo, un paisajista sobre todas las cosas. Por lo que he visto, su manera de acercarse a estos paisajes es como la de un chamán, hay algo de comunión con la naturaleza, con sus elementos.
    –Yo nunca pretendo pintar un paisaje óptico, sino rebasar lo que veo: pongo el cuadro en el suelo, recojo tierra, hago una serie de rituales, pinto con cierto desdén, dejó caer casualmente pintura.... Para mí es muy importante andar por el paisaje antes de pintarlo. Siempre me pego unos pateos tremendos hasta localizar el sitio que a mí me transmite la totalidad de ese paisaje. Primero hay un ritual de andar y después otro de pintar.
    –¿Qué es lo que le llama la atención de un paisaje?
    –Depende. En el caso de mis paisajes de Almería, como las series Mística, Gran Poder o Venerable, el leitmotiv era la montaña por la que han pasado millones de años y sigue ahí, mirándote. Me impresionan su potencia telúrica, los amaneceres y atardeceres, los alacranes, las víboras, las piedras, el viento que levanta el lienzo. En Grazalema, donde también he trabajado, también la montaña captaba completamente mi atención. Pero en el caso de los Alcores, entre Carmona y Mairena, la vinculación es principalmente histórica por sus enterramientos neolíticos. También me llamaba mucho la atención de esta zona la cuestión de la desaparición del mar y la creación de la Vega del Guadalquivir... esos alcores que son depósitos de conchas y de todo tipo de bichos de sabe Dios cuándo. Mi última aventura fue en un pueblo de Cáceres, Hervás, en un paisaje llamado el Charco de los Perros al que iba a bañarme en verano cuando era niño y visitaba a mi familia.
    –El paisaje ibérico está sufriendo una importante degradación.
    –Ahora, gracias a un nuevo proyecto que estoy realizando, In illo tempore, vuelvo al Fuente de Cantos de mi infancia, al río Bodión y a la ermita de San Isidro Labrador. Fui en septiembre y todo está seco y lleno de basura.
    –Le diré tres pintores que me llaman la atención especialmente y que me consta que le han influido. El primero es Godofredo Ortega Muñoz.
    –Me interesa muchísimo su construcción pictórica, ese vacío y esa dureza, esa esencialidad raquítica. Todo es muy elemental . Sobre todo me gusta que en el cuadro no ocurre nada, no tiene un relato, está suspendido. Michel Hubert, el crítico de arte que vive en Villafranca de los Barros, siempre me ha relacionado con él.
    –Pancho Cossío...
    –Es un pintor increíblemente poco reconocido, sobre el que ni siquiera hay un gran catálogo. Su manera de pintar es para quitarse el sombrero.
    –Y siendo de Fuente de Cantos es inevitable la mención a Zurbarán.
    –Nació en el solar donde hoy está la casa de mis abuelos, según descubrió en los años sesenta María Luisa Caturla, la gran estudiosa de Zurbarán. Volvemos a la esencialidad y el silencio. Cuando era pequeño me hacía autoentrevistas y me preguntaba, “David, ¿cuál es el pintor que más te gusta?” y siempre contestaba: “ Zurbarán”.

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