Textos

Las montañas sagradas de David López Panea

Ramón Crespo, julio 2013



  • HACE días que quería ir al Museo Arqueológico para ver en su sala de exposiciones temporales La sagrada forma, de David López Panea. Me enteré de la inauguración por la prensa y por esos caminos virtuales de la red.
    Desde una relativa distancia, la de alguien que vive en provincias, he seguido la trayectoria de este andaluz, al que no conozco personalmente, pero del que había visto imágenes de sus obras de tema almeriense, unos paisajes que me llamaron la atención.
    No sé qué relación tiene el artista con Almería, y si hay algún parentesco filial con estas tierras, más allá de la vinculación afectiva que resulta incuestionable. En cualquier caso, su devoción por el paisaje almeriense queda patente en toda la exposición.
    Muy pocas referencias tendrá el espectador que vaya a verla, sólo algunos cuadros están datados, ninguno con cartelas que identifiquen títulos, fechas, técnicas, etc. Y sin embargo qué poco importa esa carencia para un visitante cautivado desde que contempla el primer cuadro, ése que nos recibe a la entrada de la sala apoyado sobre dos piedras, tan firmes y seguras como la pintura que sujeta.
    Sin trampas ni coartadas, la obra de López Panea se muestra por lo que es no por lo que quisiera representar. Y lo que es resulta mucho más que una pintura de paisajes. En estos tiempos tan difíciles, sobre todo para el arte y la cultura, cada apuesta creativa debe pasar por el tamiz más depurado de lo necesario.
    Por eso viendo estos cuadros he sentido de nuevo el vértigo que toda aventura artística encierra en sí misma. Quedan huellas en los lienzos de la dura tarea del artista en su afán por plasmar la grandiosa humildad de estas montañas, el esplendor apagado de las piedras después de una jornada solar, y ese silencio que queda en el aire, sobre la piel calcinada de la tierra. Y es que López Panea se aleja voluntariamente de los paisajes más visitados para ir tierra adentro, en un viaje hacia el interior, entiéndase en su sentido metafórico. Como aquel camino recorrido por Valente cuando señala en La memoria y la luz que "todavía encontramos en esta tierra un espacio real donde la naturaleza parece reconocerse a sí misma y donde el hombre puede, a su vez, reconocerse en ella".
    La obra de López Panea es una aventura artística hacia esos orígenes, y hacia el encuentro con lo esencial. Nada hay de superfluo en sus lienzos, pues en esa búsqueda va despojándose de prejuicios, de credos y velos y máscaras que más que protegernos no nos dejan ver la realidad. Una realidad que a través de sus ojos también es sagrada en los lienzos. Un ejemplo.

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